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Los diferentes














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Los diferentes.

 

 

 

Desde la calle llegan sordos ruidos de micros, conversaciones, pasos, risas… la tarde está calurosa y tras las cortinas de paño naranjo, la atmósfera es pesada, el aire es denso. La radio suena en mono y el chirrido del vaivén de la ventana entreabierta, le hace competencia. Y le gana.

     Mi hijo respira dificultosamente y una gota de sudor le marca la frente. Está un poco resfriado pero energías no le faltan para hacerme feliz y hacerme rabiar. Lo bueno es que no se parece en nada a él, en nada.

     Yo estudié una carrera para relacionarme con la gente. Bueno, por lo menos la empecé. Sin embargo, aunque esté sumida en todo este calor y hastío de población con calles de adoquines, eso me hace diferente. Yo y mi hijo, solos, somos diferentes a todas las demás mujeres e hijos que no tienen marido ni padre. Eso es lo que único que sé.

     Si de toda esta rutina de domingos interminables, de vida sin esperanza, de días fofos, calurosos y desagradables, puede surgir algo bueno, me niego a la idea de que sea al tener un hombre al lado. Yo y mi hijo somos diferentes y eso, tarde o temprano, nos va a sacar de aquí. Por que yo estudié, por que yo he andado con personas de bien, por que tengo amigas que aunque solteras aún, no se han olvidado de mí. Por que cómo podrían dejar de acordarse de mi, cómo podría eso suceder…

     Hubo un tiempo, en que había tanta felicidad por mi embarazo. Era la reina de un montón de mujeres que soñaban con sentir lo que me pasaba. Que hacían rondas para oír cuántas veces me despertaba en la noche, que querían saber cada uno de mis antojos, incluso les interesaban tanto las nauseas y los dolores que me sentía radiante, hermosa. Era compartir mi embarazo con todas ellas, sentirlas tan cerca y tan llenas de alegría por mí, que me resulta difícil de creer que ahora eso ya no suceda nunca más y que ya no importe.

     A veces, en primavera, me asomo por la ventana a eso de las tres de la tarde y aspiro profundo la brisa fresca. Con los ojos cerrados siento como se me desordena el pelo, me siento libre, joven, sin preocupaciones por que lo tengo a él. Él que está tan enamorado de mí. Que me sujeta por la cintura, me guiña el ojo y me besa como nadie. Lo siento tan mío que me río sola. Me gusta ver como conversa con los demás. Como lo escuchan y los hace reír. Es tan respetado por todos que es todo un hombre. Se nota que es el mejor entre todos y es mi pololo. Y lo amo, lo amo, lo amo. Tanto que soy toda suya y me siento bien así. Me siento mujer. Y cierro los ojos para atesorar esos momentos y cuando los abro, él ya no está. Y la calle es larga y la brisa me desordena el pelo gastado y sin brillo. Por suerte mi hijo no se parece a él.

     Hay veces que estas tardes me dan miedo. Que las veo como inmensos monstruos dispuestos a acabar con mis sueños. Pero no lo harán. Nadie sabe lo fuerte que soy. Tengo tanta fuerza dentro de mí que todo lo veo tan claro. Me río de la desgracia, de la pobreza incipiente. Me jacto de los paquetes de tallarines baratos y de la leche regalada. Es por un tiempo. La vida es cíclica y si ahora estoy abajo, mañana no será así. Mi hijo tiene cinco años, pero sé, lo sé tan bien, que el próximo año sí saldremos de aquí. El próximo año sí será diferente. Ahora sí lo será. Sé que sí Lo será. Sé que sí Lo será.

 

    




























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