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![]() La noche más oscura |
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La Noche más oscura. Diez de la noche. Noche. Él camina por una vereda accidentada y apurando el tranco
entre los espacios de oscuridad de la calle. Ocho grados Celsius. Piensa en encender un cigarro y escarba en su chaqueta.
Se resiste, mejor que no lo vean fumando, podrÃan pedirle. Recoleta. Está a punto de pasar por la plaza, sabe que debe hacerlo
rápido y sin mirar a nadie. Hip Hop suena. Piensa en cuánto odia que rayen las paredes con esos graffiti sin sentido. Lo odia.
El kiosco está a diez segundos, pero son demasiado. - ¡Flaco! Maldice en silencio, es mejor levantar la mirada y contestar. Hip Hop suena. - ¿Mm? - Un cigarro… - No tengo… - ¿Una mone’a? - Déjame ver… No puede darle esos cien pesos, sino no le alcanza para volver a su casa… pero es mejor pasarlos. A su
polola le pedirÃa más tarde, con desagradable consecuencia. - Tome, compadre - ¿No tenà má? - No, pa la micro… - Pero le pedà a tu pierna. - No tengo más, de verdad, sorry. - ¡¿Cómo que sorry?! Silencio, él está paralizado, lo van a colgar a diez segundos del kiosco. En la mochila lleva cuadernos, billetera
y el personal… ¡El personal!… por favor, que no me cuelgue, piensa. - ¡Lelo, deja al loco tranquilo y zarpa! - No quiere dar más poh… - No podrá, poh… pero no te pongai flaite - ¡Si po, Lelo!… El Lelo lo mira, escupe una bolita de saliva blanca que se incrusta en el maicillo. - Ãndate, hueón… te salvaron - Gracias. El kiosco estaba en realidad a sólo a tres segundos. Adamo suena. Hay luz, gente. Ruido. Flaites culiaos, piensa
mientras trata de calmar el pulso. Diez doce de la noche. Citófono. Entra al condominio. Gatos entre los autos. Cruza hacia la puerta de ella,
va a golpear pero ya está abierta. Entra despacio. Previendo. - Hola, MartÃn. La mamá de ella en la cocina. Olor a leche. De espaldas y en bata. ¡Mierda, está en bata! - Hola, tÃa… ¿Cómo ha estado? - Bien. - Ah… ¿está la Marcela? - Si… en la pieza. - Permiso. El tenedor raspa el fondo de la olla en que hierve la leche, generando un sonido desagradable que destempla
los dientes. Él ignora el detalle. Risas de guagua. - Hola, amor. - Hola, MartÃn, amor. El beso de ella es tierno, con los ojos cerrados y los labios tibios. Tos de guagua, ella se gira rápido. - Mi niña más hermosa, se pone celosa de MartÃn. - ¡Je!… Hola, AndreÃta. Las gracias no son su fuerte, le salen cÃnicas, forzadas y él lo sabe, pero igual le sonrÃe y le intenta tomar
la mano. Tos de guagua. De nuevo. - No quiere nada contigo, amor. Se puso celosa ya. - Mmm. - ¿Cómo te ha ido, MartÃn? - Casi me asaltan en la esquina. - Pero es que tú te bajas tan lejos. - Mmm. Pantuflas caminan por el pasillo. Él se sienta en la cama. Entra la mamá de ella. - ¡Aquà le traigo la leche a mi niña hermosa, preciosa, mi sol! - Se puso celosa de MartÃn, mamá. - Con toda razón, diga mi niña. Si a mi mamá nadie me la toca, tiene que decir. - No le digas tonteras a la niña, mamá. - ¿Cierto que no son tonteras mi nieta adorable, mi amor más grande? Él sonrÃe tÃmido y demuestra interés en el televisor. Guagua succionando el chupete de la mamadera. Ella, su
polola, se acerca a él y le soba una mano. Luego atiende a su hija. - VigÃlala que se tome toda la leche, Marcela. - Si, mamá… MÃrame a la niña, amor. Ella se acerca al espejo, se arregla las pestañas con un cepillo. Tiene un muy buen cuerpo, piensa él…
¿me podré quedar? - ¿Cómo has estado con tu mamá? - Mejor. Sino, no estarÃa acá. - Claro. ¿Llegó hoy? - Recién, la AndreÃta la estaba echando de menos ya. - ¿Y se va a quedar? - Si pues, amor. Esta es su casa. - Sólo preguntaba. Él se levanta y va a abrazarla. Tos de guagua. Ella se da vuelta y atiende a su hija. Él queda a medio camino.
Mira a su polola con su hija. ¡Mierda, vieja maldita!, piensa con una sonrisa de ternura en la cara. - Te he echado de menos, Marcela - ¡Pero si me viste hoy en la mañana! - Es una forma de decir, pues amor. - Nada que ver, MartÃn. Silencio. Guagua succionando la leche. En la televisión suenan aplausos de un programa de concursos. En la cocina,
la madre, la señora, lava las ollas. La luz es tenue y naranja. 25 grados Celsius. Diez treinta y dos de la noche. Quiero
fumar, piensa él. - Marcela, voy a fumar. - Espérame, amor, a que la niña se tome la leche. - Ya. Busca los cigarros en la chaqueta, saca dos y encendedor. Los aprieta en u puño y se sienta en la cama, a ver
la televisión. - ¿cómo ha estado la AndreÃta? - Con tos. Hoy la llevé al consultorio y estaba lleno, ¿cierto mi niña?... Me atendieron después de dos horas. Tuve que
echarle la bronca a la enfermera porque hacÃa pasar a sus amigas primero. - Asà son los consultorios… - Es lo único que conozco… - ¡Ay!, no quise decir eso. No seas tan negativa. - Entonces no lo digas. - No lo dije. La niña se ha quedado dormida con la mamadera en la boca. La señora entra a la pieza. - Pero Marcela, la niña no se tomó toda la papa. - No, se quedó dormida antes. - Claro, si tú estás preocupada de otras cosas. - ¡Mamá! - Pásame a la niña. La señora, en bata y pantuflas, coge a la niña. La mece. - ¿Te vas a quedar acá, MartÃn?, lo pregunto porque si lo haces, me llevo a la niña a mi pieza altiro. - TÃa, no se preocupe, yo… - Ah ya, es mejor que la niña duerma con su madre… - Si, claro, tÃa. - Mamá, estás pesada. Él aprieta los cigarros en su mano. - Vine por un ratito no más, tÃa - Si… ya es tarde, MartÃn. - No tanto, permiso, tÃa. Voy a fumar un cigarrito. Se lleva un cigarro a la boca esperando que su polola lo acompañe. Sale de la pieza, solo. Va a la puerta de
entrada. Vieja maldita, piensa. Enciende un cigarro a la entrada de la casa. Fuma. Se escuchan los sonidos de Recoleta, la
noche no está tan frÃa. Está cansado, pero la ama, no se imagina sin ella. Por eso viaja para verla. Aunque cueste. Se pone a pensar en la tarea que prometió ayudarle, no consiguió los apuntes y eso lo tiene nervioso. Un gato
se pasea delante de él. Está tan cansado que sólo lo ve pasar y mirarlo frÃo y fijo. Gato culiao, piensa. Diez y cincuenta
de la noche. Sabe que a las Once y diez pasa la último micro. Esa que no esperaba tomar esta noche. - Estoy cansada, amor. Ella ha salido de la casa. Él se alegra. Se siente recompensado. - Marcela… - ¿Tienes otro cigarrito? - Si, toma - Gracias, ¿Encontraste los apuntes? - Los busqué, pero estaban prestados, se los fui a pedir a la mina que los tenÃa pero… - Pero no los tienes… - No. - ¡MartÃn!, cómo lo hago ahora, es para mañana. - Lo sé, podrÃamos llegar a Internet mañana temprano. - Pero tú tienes clases o no, MartÃn. - Si, pero puedo dejar de entrar… Ella se separa de él. FrÃa y lejana. Es un cuadro triste. El zaguán del departamento es oscuro, con gatos. Las
murallas tienen pequeños graffiti, pero los tiene. Él está cansado y ella enojada. Es noche. Es una noche muy oscura. - Amor… casi me cuelgan en la esquina Silencio. Ella le pega una pitada profunda al cigarro y se mantiene dándole la espalda. - Claro. Como yo vivo en esta mierda llena de delincuentes. - No quise decir eso, Marcela. - Tú no entiendes nada, MartÃn. - ¿A qué quieres llegar? - Nada. Silencio. La señora asoma su cara a contraluz. - Hija, es tarde - Si, mamita. Él sabe lo que significa ese mamita. Sin embargo, necesita decirlo. - ¿Tienes cien pesos, amor? - No. - Pero es que tuve que pasar monedas en la esquina y no me queda para… Ella se gira furiosa. Él sabe lo que va a pasar. - ¿Qué te crees que soy yo? - ¿Y que te crees que soy yo, Marcela? - Eres incapaz de llegar con algo bueno. - Y tú de entregar algo bueno. - Yo no te obligué a venir - Ni tampoco a estar contigo, Marcela, pero… - Entonces ándate, que yo no te necesito, MartÃn - No. - ¿No? - No. - Eres tan… - ¿tan qué?… - Ãndate. - No. - Ãndate ¿o te lo tengo que decir bonito?, claro como él todo lo mira en menos y todo es poca cosa. A ver si puedes llegar
a tu casa. ¡Ãndate! La señora que ha estado atisbando intrusa, interrumpe. - Hija. Déjate de gritar que vas a despertar a la niña. MartÃn será mejor que… - Ya lo sé, tÃa. Él entra a buscar su mochila. Quiere llorar. No debe. ¡Pero qué mierda, si es lo que quiere! Y derrama una lágrima
que esconde en la rapidez de su salida. La noche si estaba frÃa. - ¿No te vas a despedir, MartÃn? Él se gira. Vieja de mierda, piensa. - Chao, tÃa - Chao, MartÃn. La voz de ella no se oye, pero él se la imagina. - MartÃn… - ¿Qué, Marcela? - Te amo, mi niño. - Yo también, mi vida. Pero Marcela nunca habló y ya está adentro, con su hija. Él sale del condominio sin plata para la micro. Once
y cinco de la noche. Solo. Y entonces, llora. Llora y ya qué importa. Camina. Ya qué importa. El Kiosco ha cerrado. Hip Hop
suena. Graffiti en las paredes. Por Recoleta, no se ve ningún auto, ni micro. Que triste cuadro. Once y seis y faltan cien
pesos.
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